Rosario Villajos, La educación física
«No se había sentido nunca como una niña porque la imagen que ella tenía de las niñas no le parecía consecuente con la gravedad que sentía en su interior»
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🦋 Somos unas crías y hacemos autostop con Catalina para volver a casa, al borde de la carretera, tragando polvo y con el pulgar alzado. En el estómago, las imágenes de las niñas del crimen de Alcácer, el miedo. En los ojos, la bragueta abierta del abusador, el asco. En las orejas, el mira lo que me haces hacer, o acaso ha consentido sin darse cuenta, la culpa, el chantaje.
Cata va blindada contra el mundo con la faja que le ha puesto una madre bulímica, pero la faja la blinda sobre todo contra su propia curiosidad, el deseo de una chica. Y además todo esto le pasa por tonta. El miedo a que se sepa que se es tonta también es heredado.
Odia haber nacido con este cuerpo al que no se le permite hacer nada, este cuerpo que no puede percibir como algo suyo. Y opta por el mutismo porque sabe con certeza lo que sucede si calla, pero ignora lo que ocurriría si revelase lo que lleva dentro. Llora por nada y por todo, y es ese todo, al que no puede poner palabras, el que justifica por qué guarda un destornillador de autodefensa en la mochila.
Sin embargo, cuando escribe aparecen lágrimas, risas y sudores que sí siente suyos. De su cerebro, de sus manos, de la circulación de la sangre surgen las palabras, una detrás de otra, para plasmar la carne en un cuaderno, ejercer el legítimo derecho a encontrarse mal en este mundo y construirse una casa, una fortaleza, un espacio para descubrir lo que daría placer a esa niña y que aún no ha sido escrito por nadie.
Mentir solo es otra forma de contar la verdad, dice Villajos, y es que lo que se narra en esta novela es demasiado, es una exageración, una hipérbole, una mentira, pero en ella nos sentimos reconocidas y querríamos abrazar fuerte a Cata, a la niña que fuimos, y decirle que nuestro cuerpo de carne y hueso es nuestra absoluta encarnación, y es así perfecto, fuerte y bello. 🦋